La Sagrada Virginidad del Ano
OPINION
Por: José Martín Díaz Díaz
Uno de los argumentos más populares y recurrentes en contra de la homosexualidad masculina se refiere a la utilización del ano en la práctica sexual. En nuestra simbología falocentrista, el ano representa lo opuesto al objeto de veneración, tal vez más opuesto que la vagina, porque ella fue “creada” indiscutiblemente para la recepción, mientras que él ha de ser “violentado a contranatura”. Un ano “invadido” viene siendo la total claudicación, la última muralla. Muchos hombres piden a sus mujeres superar su entrega de esta manera.
En todas las frases populares se da por sentado que quien recepciona sufre y quien penetra abusa, y entre estas sufridas recepciones es el ano quien se lleva las palmas del resistir, con toda una galería de picarescas expresiones que se escuchan a diario.
Tal vez esta idea de que quien recepciona sufre no se ampara solamente en la verdad anatómica de que penetrar nunca duele, creo que también se nutre del concepto machista de que el hombre, lo masculino, invade y doblega mientras que la mujer, lo femenino, es invadida y ha de ser mártir. Olvidamos que el coito da placer mutuo por lógica ley de la naturaleza, lo olvidamos antojadizamente, como para creer que hasta la naturaleza es machista y utilizarlo de aval.
Sintomáticamente, muchas mujeres que conozco quieren penetrar a sus amantes masculinos, para este deseo creo que no hay causas fisiológicas, así que debemos pensar se trata de una motivación simbólica. Una especie de exigencia de reciprocidad en lo de hacer el papel de mártir y entendiendo el martirologio según dicta la cultura.
Dar espuela, le llaman, a introducir su dedo en el ano del caballero. Algunos se niegan, otros lo aceptan o hasta les gusta y hay a quienes les gusta “demasiado”. Entonces ella corre a preguntarle a alguien de confianza si ese desmedido gusto por el masaje prostático no será señal de alguna homosexualidad oculta.
“No, mijita” le asegura una respetable señora de muchos años de matrimonio y juro que no estoy inventando el cuento “A todos los hombres les gusta eso. Tú no esperes que te lo pida, porque siempre se lo callan, pero si no se lo haces tú, te va a pegar los tarros con otra que sí lo complazca y le guarde la confidencia”.
Creo que da sentencias muy categóricas esta señora, hay que tener en cuenta que sus pesquisas no deben haber sido muchas, pero al parecer a ella, al menos, no le ha fallado la estrategia.
Y un panadero con aire de matasiete, muerto de amor por una intelectual flaquita y chiquitica. Y yo diciéndole a ella que si no la conmueve. “No es amor” me insiste la muchacha “Es que a él le da pena decirle a otra mujer que le haga lo que yo le hago, quien lo enloquece no soy yo sino mi dedo y ahora por eso no voy a dedicarle mi vida, debe entenderlo”
Otra dama se practica un autoanálisis en mi presencia: “Yo le propongo eso a los hombres porque me gusta ver la impresión que causa, me da morbo, y también como una especie de prueba, a ver hasta donde da el tipo; creía que además me gustaba pero me acabo de dar cuenta que no es tanto así” La estaba cortejando un hombre, según ella muy simpático, cuyo único defecto era, al parecer, felicitarle la iniciativa. “Ahora no para de hablar de eso” me cuenta ella contrariada “y creo que espera demasiado, que si pepinos… ¡no señor, me siento usada! como si yo fuera un aparato para moverle el pepino, no pienso ni estar con él”
Me digo que la célebre espuela, parece perder su motivación simbólica cuando la dama descubre que es acogida con beneplácito, porque esto no es lo que se supone. Hace falta que en ese dejarse haya su cuota de sacrificio. Aunque sea fingido.
No estoy diciendo que a todos los hombres les guste, de hecho me consta que no, pero en apoyo a la diversidad sexual, va siendo hora de quitarle culpa a quienes estén en el caso. Evidenciar este divorcio entre la verdad y la creencia.
Porque por otro lado se oyen frases muy sorprendentes:
“Yo no dejo que ninguna mujer me toque las nalgas, eso es sagrado, a mí no me “jode” nadie”
“Lo agarré por los glúteos para atraerlo hacia mí y se puso violento. No quieras ver aquello”
“A mí me da miedo hacérselo con esa botella; pero él dice que no se raja, que con su mujer anterior nunca pasó nada, que él no está loco para correr el riesgo de terminar en un hospital y que todos se enteren”
“La culpa de que mi sobrino sea gay fue aquel hombre que lo desgració, a los hombres cuando le hacen eso después quieren seguir en lo mismo”
“Homosexuales son los que les gusta que le den por ahí, tiene que ser una enfermedad mental, querer que le hagan justamente lo peor que se le puede hacer a un hombre”
“Los bugarrones son hombres a quienes no les importa de quien sea el hueco con tal de meterla, entonces le hacen el favor a los homosexuales, que sin ellos no tendrían cómo resolver”
Y la mejor de las escuchadas. “Ellos dos no pueden ser pareja porque los dos son homosexuales ¿Qué van a hacer entre sí?”
La explicación fisiológica de por qué resulta placentera la estimulación prostática es un poco complicada y ni yo mismo la entiendo del todo, lo que sí parece bastante claro es que se debe sobre todo a un equilibrio pertinente entre la sensibilidad de la próstata y la capacidad del ano, de modo que el placer supere la molestia. No guarda relación con la orientación sexual, que se refiere al tipo de persona deseada y no a las prácticas concretas que se pretendan con ella. De hecho, a muchos gays no les gusta ser penetrados y a muchos otros, aunque no les desagrade, prefieren el papel activo, modo en que se designa este rol popularmente. De hasta donde pesan los prejuicios en la imposibilidad de un activo para complacer a su amante si desea hacer lo mismo, es una antigua y hasta ahora nunca agotada discusión. Cabría mencionar además, que muchos homosexuales consideran muy satisfactorias las prácticas sexuales sin penetración, una opción que debido a la necesaria protección ante el sida, incrementa su número de aficionados.
Conozco personas heterosexuales, incluso con más de cuarenta años y sin nunca haber tenido ninguna inclinación homosexual, a quienes de pronto le asaltan dudas sobre su orientación sexual, ya sea por una motivación inusitada o por alguna afición que consideran rara. Hay tanto mito, prejuicio y desconocimiento sobre la homosexualidad que se convierte en un fantasma listo para asustar a casi cualquier persona. La homofobia es la manifestación más clara de este pánico generalizado. Ante una duda sobre la orientación sexual propia, muchos necesitan desentrañar urgentemente el enigma, o recibir una garantía de que son lo que pensaban. La sexualidad está llena de matices y motivaciones muy individuales que no siempre pueden tener una explicación clara. Yo me digo: La solución para tal desasosiego no es desentrañar cómo se llama lo que somos, qué etiqueta nos toca, sino asumir la intrascendencia de estas etiquetas. Somos lo que somos y somos únicos. ¡Qué bueno sería que cada cual dijera libremente lo que le gusta y lo disfrutara a plenitud y sin culpa! Por lo pronto hago lo que me guste y le guste a mi amante, libre, tanto como pueda, de significados morales, y negado a conjeturas sobre lo que me podría gustar mañana.