sep 15 2011
¡Ah! ¡Las Bodas!
Por: José Martín Díaz Díaz.
Isabel Ilincheta con su vestido de larga cola y oronda como toda novia camino al altar, no sabe que Pimienta, sin galas pero cuchillo en mano viene por esas callejuelas con una orden que no cumplirá: ¡A él no, a ella! Vestido blanco que se pinta con sangre del novio frente a la iglesia del Ángel, gritos, Cecilia enloquecida. Telón.
¡Aplausos emocionados!
No hay nada como la ceremonia nupcial para aportar dramatismo al cierre de una trama. En teatro, películas, telenovelas… la muchacha se va a casar con quien no desea, pero irrumpe el amado, a caballo, en una avioneta, en paracaídas, que rompe los vitrales de la iglesia. Miles de veces nos hemos emocionado frente a una boda, sólo por concepto de pantalla. No solamente es espectacular sino que viene muy a propósito con el desenlace de: y por fin se casaron y fueron felices.
La boda en la vida real es a su vez un ceremonial al alcance de todos. Por lo menos en Cuba, casarse es casi el único acto que justifica que el individuo común se muestre con galas inacostumbradas y sea protagonista de un fastuoso espectáculo. La otra oportunidad son los quince años en las muchachas, festejo cuyo origen está relacionado con el mismo tema (la presentación en sociedad de la joven casamentera) y que cuando se celebra de modo suntuoso conserva en sus rituales este espíritu.
Tal vez por influencias de la pantalla las fotos de la quinceañera deben ser una especie de disfraz de ocasión que la haga parecer una estrella de cine. Especie de juego de ensoñación justificado que casi todo el mundo prefiere aprovechar. Ya sea la misma muchacha o sus parientes. No veo nada de malo en estas fantasías, si acaso en el concepto sobre el cual debe sentar sus bases. Cualquier persona puede hacerse fotos con una apariencia inusual, por el simple goce de hacerlo, pero parece que necesitamos un motivo socialmente establecido para que no parezca egolatría y para que disculpe el gasto que ocasiona.
La boda intenta ser menos frívola, pues se trata de personas adultas tomando una trascendente decisión, pero no por eso escapa de su lado teatral. Para los novios es el momento de ser los protagonista de un espectáculo que seguro han admirado, en la realidad y en la pantalla. Es el día de sentirse como en una película, con independencia a lo que esto represente, muchas veces la vida en común ya se tenía de antes o no se tendrá a partir del momento de esta celebración. La celebración en sí es cada vez más simbólica, salvando la firma de los documentos que oficializan el estado civil.
Mi prima dice que cuando se case quiere hacerlo por la iglesia. “Como en las novelas. ¡Es tan bonito! Si hay que pasar catecismo no importa. Ningún Palacio de Matrimonios es tan lindo como una iglesia”. Le cuento que en La Cabaña hacen una ceremonia que incluye guardias con uniformes de época, y una capilla que no es de verdad, donde un notario te casa como si fuera un cura y hasta hay un coche de caballos para traer a la novia. “¡Eso me gusta más! ¡Mejor todavía! ¿Pero tú me lo pagas?”
Se me ocurre que si en La Cabaña brindaran este servicio para fingir incluso la boda civil, o sea, que dos personas puedan hacer como que contraen nupcias, para disfrutar toda esta teatralidad y al día siguiente cada cual para su casa y no ha pasado nada, seguro que tendrían su clientela. Tal vez no tanta porque pudiera verse como payasada, para estos goces se precisa una justificación y esa la da el matrimonio. Los gays hacen bodas simbólicas pero en estas la unión es real, lo único que no sucede es que se oficialice en documentos. También estuve en una boda en la que sí se firmaron los documentos de una unión en pareja que no era cierta, la de un gay y una lesbiana, hace mucho tiempo, que querían ocultar su orientación sexual con este arreglo. Me sorprendió mucho lo que allí ocurrió:
Fue una boda glamorosa, como muchas, y de pronto mi amiga lesbiana temblaba de la emoción mientras la engalanaban. Su madre lo sabía todo y aún así abrazaba a la hija con vuelcos en el corazón, como la madre de la tradicional historia que despide a su niña que se irá a conformar una familia nueva. Esto sucedía en privado y frente a otros que igual sabíamos, no era una representación para engañar a la concurrencia. Ambas estaban tan imbuidas en sus personajes que se lo creyeron del todo. Lo teatral se impuso a la realidad, hasta hubo lágrimas y no fingían. Una boda es una boda, un convite a lo ilusorio. Y no me refiero con esto al matrimonio como institución, sino a la ceremonia.
Puede ser hermoso, y todos tenemos derecho a soñar y fantasear. Malo que haya que casarse para disfrutar de esto y malo que esto consolida una visión muy subjetiva sobre la unión en pareja. A veces pienso que el matrimonio siempre ha tenido que disimular su condición de contrato económico, adornando su firma con alegorías al amor eterno.
Y puede que ahora yo esté hecho un lío aquí, observando por separado sus elementos.
Por un lado los contratos son importantes y el matrimonio no es una excepción.
Por otro, tener oportunidades para la teatralidad y el ensueño es válido y bueno.
Y por último creo que la monogamia es una de las más hermosas maneras de amar y la más comprometida.
Lo que me parece equivocado es amalgamar todo esto como si fuera la misma cosa. Se puede gustar de la fastuosidad de una boda y no de la monogamia, Se puede sentir total compromiso con la persona que elegimos como pareja y no gustar del contrato matrimonial, se puede exigir el derecho a este contrato sin gustar de las bodas fastuosas ni considerarlo necesario para el amor. No me parecen contradictorios ninguno de estos puntos de vista, incluso considero que todos son válidos, como muchos otros cuya supuesta contradicción puede estar dada por el error de interpretar como uno solo los múltiples componentes de este suceso llamado boda.
Todavía me falta pensar por qué son las mujeres las más engalanadas. ¿Son más presumidas o son la oferta? Como para demostrar que fue una buena elección, se adorna la mercancía, no a quien la compra. El usuario solo mira y señala, no tiene que convencer al objeto de que debe irse con él. ¿Por qué ellas son más presumidas? ¿Es que a ellos siempre se les piensa mirando y a ellas siendo miradas? Debo alertarle a mi prima para que se fije bien cómo se viste su novio en esa boda con la que sueña. A lo mejor se le ocurre que lleguen ambos en sendos coches, compitiendo en galas sorprendentes, con unos letreros que digan: Todo esto para ti, mi amor. Sería una bonita boda.