La casa verde de la 5ta Avenida
 Muchos hemos crecido  sintiendo gran curiosidad entorno a la casa verde de Miramar, ya que cuando estaba destruida, hacia pensar en una casa de fantasmas y el no conocer su historia la hacia mas misteriosa aún. Está casa hoy en dÃa ha sido restaurada por la Oficina del Historiador de la Ciudad y puede ser visitada por todos los que lo deseen ya que actualmente es un centro promotor de la arquitectura moderna y contemporánea, el urbanismo y el diseño interior. Conozcamos detalles de la historia de esta casa, de la mano de Ciro Bianchi, que en la edición digital del periódico Juventud Rebelde, escribió un reportaje, el 18 de septiembre del 2010. Con el artÃculo de Ciro Bianchi, mostramos algunas fotos de la casa después de restaurada.
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
18 de Septiembre del 2010 18:58:56 CDT

Al quedarse sola y sin dinero resultaba imposible para Luisa ocuparse del mantenimiento de la casa. Las primeras tejas verdes zafadas provocaron el deterioro gradual del maderamen del techo que, al dejar pasar el agua de manera consuetudinaria, comenzó a hundirse. La humedad se ocupó de dañar considerablemente todo el interior de la morada. Las autoridades habaneras le propusieron un cambio de casa con el fin de ocuparse de la restauración. AsÃ, Luisa revisó numerosas viviendas en Miramar y el Vedado, cerca del rÃo, pero nunca encontró una que reuniera todas sus exigencias. En realidad, nunca quiso salir de allÃ.
Se decÃa que se negaba a hacerlo porque en un agujero abierto en el sótano, o en un espacio disimulado por una falsa pared, su familia ocultó todo un tesoro del que ella era dueña y que en cualquier momento podÃa recuperar. Nunca hubo tal cosa, hasta donde se sabe, y esa fortuna oculta es una de las tantas leyendas que se mueven en torno a esta mansión construida de ladrillo, concreto y tejas americanas, de tres pisos y sótano con garaje para cuatro automóviles y portal a su frente y costado. Con ventanas abuhardilladas y torrecilla en forma de cono. Una casa única en Cuba, se dice, por su estilo y que luego de una cuidadosa restauración llevada a cabo por especialistas de la Oficina del Historiador de la Ciudad, abrió sus puertas como centro promotor de la arquitectura moderna y contemporánea, el urbanismo y el diseño interior.
Versión de versiones
Se dice también que la casa fue construida por José López RodrÃguez, Pote, y que en esta se suicidó ese acaudalado banquero y negociante de azúcares. Ninguna de las dos afirmaciones es cierta. La mansión se edificó en 1926, cinco años después de la muerte de Pote, que se privó de la vida colgándose del tubo de la ducha, en la residencia que se habÃa hecho construir en el espacio donde después sus hijos construirÃan el edificio López Serrano.
Cuando resultó imposible seguirle adjudicando a Pote la casona de Quinta Avenida esquina a 2, la leyenda popular se la atribuyó a Carlos Miguel de Céspedes. El astuto y eficiente funcionario machadista la habrÃa construido para su amante, Esmeralda. AsÃ, se decÃa, él, que estaba casado, podÃa verla desde Villa Miramar, la casa donde se encuentra el restaurante 1830, del lado de acá de la desembocadura del Almendares. No cree este escribidor que la visión fuese posible a tanta distancia; además, Esmeralda tenÃa casa, puesta por Carlos Miguel, en Malecón. De todas formas, el rumor persistió y queda como expresión de uno de los grandes amores de la Cuba republicana. Los ojos verdes de Esmeralda convirtieron a su amante en un fanático de todo lo verde. Con tinta de ese color firmaba los documentos oficiales en sus tiempos de ministro, cuando resultaba obligatorio hacerlo con tinta negra. Y verdes serán las tejas que todavÃa le faltan al bellÃsimo templo del Corpus Christi, sobre el Gran Bulevar del Country Club Park —hoy Avenida 146 del reparto Cubanacán— donado por Carlos Miguel a la Iglesia Católica.
La casa verde, obra del arquitecto José Luis Echarte, fue en verdad mandada a construir, para vivirla con su esposa, por Armando de Armas, Cocó, un individuo que fue mayordomo de Palacio durante los dos perÃodos presidenciales del general Mario GarcÃa Menocal. La vivienda, que sufrirÃa no pocas transformaciones posteriores, lucÃa escocias y otros adornos similares de los de la mansión del Ejecutivo y se valoró entonces en cien mil pesos. La habitaron Cocó de Armas y su familia hasta 1943, cuando la adquirió, por sesenta mil pesos, la CompañÃa de Inversiones Jarpe S.A., que la vendió a su vez, en noviembre del mismo año, a la señorita Luisa RodrÃguez Faxas, «de 20 años de edad, soltera, emancipada por concesión materna y vecina del Vedado, en la calle F número 558, altos, por cincuenta mil pesos», según consta en la escritura de compraventa.
Sin ropa interior
Aunque Luisa era la propietaria formal de la casa, su madre, doña Manuela, llevaba las riendas de la familia, que vivÃa rodeada de toda una cohorte de sirvientes. Luisa estudió piano y desde muy joven comenzó a ofrecer conciertos en escenarios habaneros. AsistÃa a estos con vestidos exclusivos que lucÃa sin ropa interior, exigencia de su modisto, para que no se le vieran marcas en su cuerpo escultural. PertenecÃa a clubes de la alta sociedad y se codeaba con las familias más pudientes de la capital. Casó con el escritor y abogado Mario Cabrera Saqui, un hombre pequeño, flaco y nada agraciado, con el que hacÃa una pareja bastante rara. De esa unión nacieron Mario Andrés, Ricardo y Regina. Su gran pasión eran los perros. Tuvo una pareja de pastores alemanes perfectamente entrenados, Brent y Bruma, dos bellezas; tres, contándola a ella que, al timón de su automóvil convertible, recorrÃa la ciudad con los dos animales en el asiento trasero.
En noviembre de 1959 Luisa, Mario y los hijos viajaron a los Estados Unidos a fin de pasar las vacaciones en su casa de Miami. El mismo dÃa de la llegada a la Florida, Mario, de 47 años de edad, murió a causa de un infarto cardiaco masivo. Luisa, desesperada, dejó a los niños al cuidado de una tÃa paterna y regresó a La Habana con el cadáver. QuerÃa poner a su nombre las propiedades del esposo y volver al Norte para retornar a la Isla con los muchachos. No pudo hacerlo. La actitud de Washington hacia La Habana se hacÃa cada vez más enconada y se agriaron y rompieron las relaciones entre los dos paÃses. Viajar se hizo cada vez más difÃcil y se dificultaron igualmente el correo y las comunicaciones telefónicas. Luisa nunca más pudo reunirse con sus hijos.
Uno de los pocos amigos que le quedaron fue su oculista, el doctor Pedro HechavarrÃa, con consulta privada en la calle 17 entre H y G, en el Vedado, y cuyo hermano, Luis Mariano, ya fallecido entonces, habÃa sido muy querido por Luisa y Mario. Al verla sola y enclaustrada, el buen doctor comenzó a atenderla; le llevaba dinero y frutas, vegetales y viandas de la finca que poseÃa. Luisa era todavÃa, a finales de los años 60, una mujer hermosa y perfectamente encamable. Se enamoraron y casaron, algo imperdonable para la familia del Norte. Solamente su hija Regina le escribió alguna que otra vez y fue por ella que se enteró del nacimiento de sus nietos. Los hijos varones nunca le escribieron. A un amigo sacerdote que viajó a Panamá, Luisa le encomendó que desde allà llamara a sus hijos por teléfono y le trajera noticias. El cura cumplió el encargo y recibió una respuesta descorazonadora. Le pidieron que le dijera a su madre que nunca volviera a molestarlos. La profecÃa de la gitana empezaba a cumplirse. Poco después se divorciarÃa y volverÃa a quedar sola en su casa.
La tÃa Luisa
En los 70 reapareció en su vida Marisabel, hija de Luis Mariano, a quien ella quiso como a una verdadera sobrina. Era una joven alta y muy gorda, sumamente inteligente, culta, también amante de los libros y los perros, cardiópata, que le harÃa compañÃa durante varios años. Con las visitas de otros jóvenes amigos de Marisabel, «la tÃa Luisa», como le decÃan, pudo tener momentos más pasaderos, mejores comidas y hasta alguna fiestecita, salidas al cine, a restaurantes y a las tiendas, viajes al interior del paÃs… Matriculó en la escuela de idiomas del Vedado, donde se graduó de ruso —dominaba el inglés perfectamente— mientras Marisabel culminó los estudios de francés.
La espaciosa cocina se convirtió en el lugar de las tertulias; allà los más asiduos aprendÃan muchas buenas costumbres de Luisa y ampliaban su cultura gracias a las conversaciones, las pelÃculas y los libros que compartÃan. Los jóvenes se adaptaron a sus horarios, pues en la casa verde amanecÃa al mediodÃa y se desayunaba alrededor de las dos o tres de la tarde. Luego las labores comenzaban, por lo general, con la recogida de escombros desprendidos de los techos, algún «plan tareco» en cualquier habitación y trabajos de siembra o de desyerbe en el patio. Luisa cultivaba violetas africanas y mostraba particular predilección por los bonsáis. El acopio de agua en muchas vasijas era vital y tomaba horas. El motor estaba siempre roto y se gastaba mucha en limpieza y lavado. Otra tarea maratónica era la compra de carne para los perros, lo que requerÃa de colas y más colas, porque nunca era suficiente. El freezer era solo para almacenar esa carne que Luisa hervÃa diariamente inundando la cocina con un olor desagradable, pero que los perros adoraban. Lo más importante allà eran los perros. Lake y Lupe —otros pastores alemanes, su raza preferida— Kira, una pinscher a la que solo le faltaba hablar, Frisky —terrier—, Poly —cocker spaniel— además de satos que encontraba por ahà y recogÃa, y, al final de sus años, los dobermann Sherekan y Bagueera y su descendencia.
No se almorzaba; a veces se hacÃa un té con algo al caer la tarde. Después de la comida y el fregado, se veÃa la televisión hasta el final de las transmisiones, hora en que podÃa comenzar un campeonato de damas chinas o el aprendizaje de tejidos. Luisa era especialista en frivolité. HabÃa meriendas de madrugada, mientras Luisa y Marisabel tejÃan sin parar. Algunos amigos creÃan ver sombras o fantasmas y ella se reÃa, pues decÃa que, en efecto, los habÃa.
Luisa fue feliz en la compañÃa de «sus sobrinos». Los de Oriente pasaban en la casa verde sus vacaciones en La Habana. Unos se iban y otros nuevos se incorporaban hasta que ella comenzó a padecer de un cáncer de pulmón que le provocó la muerte el 11 de junio de 1999. Marisabel la sobrevivió solamente seis meses justos; falleció el 11 de enero del año siguiente, a la edad de 49 años a causa de un infarto. Al no tener descendencia y no contar con otro familiar que una medio hermana sin posibilidades de heredar, el inmueble quedó abandonado.
Algunos lectores, con motivo de la apertura de la edificación como centro promotor de la arquitectura moderna y contemporánea, me pidieron que escribiera sobre la casa verde. Estas son las dos o tres cosas que yo sé de ella.
Tomado de
http://www.juventudrebelde.cu/
Portal de HistologÃa 24 de octubre del 2010
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